Escritos

Fueron pequeños cuentos, historias del pasado que traes a la memoria. La escritura es como una madeja enredada: el día en el que te pones a tirar del hilo y a deslizarlo por el nudo que lo está atorando, aparece un gran mundo desconocido. Siempre dije que fui mala obrera del color y de las letras, sin embargo, todos los días por la mañana me sentaba en una cocina, en una pequeña mesa extraible y escribía. Fueron cientos de páginas de las que (egoístamente) disfruté para mí y luego fueron arrojadas a la basura. Guardo algunas pequeñas cosas que me atrevo, por fin, a mostrar después de tanto tiempo.


Resumen de «Ángela»:

Me acerqué al barrio de Salamanca para  hacer un presupuesto de muebles. En un pequeño bajo había muerto Ángela, una modistilla y su único sobrino, Francisco, quiso una valoración y la restauración de algunas piezas.

Me acercaba todos los días a aquella casa deshabitada y a través de la portera,  la encargada de entregarme las llaves, descubrí, poco a poco, muchas de las historias que habían ocurrido entre aquellas cuatro  paredes. Mi sorpresa fue mayúscula al encontrarme, en la parte  baja de una mesilla, una carta de amor que  dio lugar a este cuento lleno de fantasía.

La protagonista, Ángela, tenía un maniquí que suplía la ausencia de su cuñado. Con él hablaba y bailaba todas las noches y a la hora de dormir lo desnudaba y lo acostaba a su lado. Es así como estos dos personajes , que nunca pudieron estar juntos, desarrollaron su amor: Francisco todos los días le mandaba una flor roja, mientras ella la dejaba secar y la guardaba dentro de un gran baúl que apareció repleto de rosas rojas anudadas por meses y años. Me llamaron la atención aquellos personajes capaces de esconder sus sentimientos y sacrificar toda una vida por respeto a las tradiciones. Hoy, sería casi imposible encontrarse con algo parecido, por eso, intenté recopilar todos los datos y así  poder escribir este cuento de 40 páginas. Transcribo aquí la carta donde Francisco le declaraba su amor.

Queridísima Angela, esta carta tendría que haber llegado hace años, mejor dicho no tendría que haber llegado nunca pues ella suple con palabras lo que mi corazón y mi cuerpo tendría que haber suplido con hechos hace muchos años.

Cuando conocí a Carmen me hablaba continuamente de ti. Tú eras su hermana pequeña y al faltar vuestra madre ella actuó contigo de la manera que sólo las madres saben hacer: arropándote, queriéndote, consintiéndote…

Pasó el tiempo y la chiquilla que conocí con catorce  años se convirtió en la hermosa mujer que eres y te miraba, día tras día, y sabía que a mi corazón le estaba pasando algo extraordinario.

Perdóname pero no quería darme cuenta de ello, no soportaba la idea de herir a tu hermana, a la que quería profundamente.

He estado  meditando durante muchos meses y me he dejado arrastrar por mi corazón hasta reconocerme a mí mismo el profundo amor que te profeso. Pensé en el camino a seguir y lo vi cerrado, de mis ojos salían lágrimas que hablaban solas y hoy no tengo más remedio que reconocerte que no me he sentido nunca tan vivo, con tantas ganas de amar, con un deseo atroz que nubla el resto de los caminos de mi vida.

Cuando Carmen, tu hermana y mi mujer, dio a luz a nuestro único hijo, yo estaba allí a su lado en el hospital y cogí al niño de entre sus brazos adorándole, como padre que era, pero intentando traspasar aquellas facciones de recién nacido para encontrar en él algún rasgo que me recordar a los tuyos. Me veo aún acercándome a la cama de tu hermana para besarla, en aquellos momentos en los que tanto me necesitaba, y cuando me encontraba con el reflejo de sus ojos, eran los tuyos lo que se me representaban.

No es posible que dos personas se parecieran tanto pensaba continuamente y allí estaba ella en ti, cada momento de mi existencia.

Hoy el hijo de los tres apenas tiene cuatro años y he decidido no dejar pasar más tiempo sin que conozcas mis sentimientos.

Si me preguntaras por mi vida te diría que ha estado llena de todos aquellos momentos que compartí a tu lado. Te asustarías si me dejaras hablar de cada sitio, cada escena, cada lugar en el que nuestros sentimientos se encontraron. Mi memoria ha recogido y guardado todos y cada uno de los momentos en los que estuvimos juntos y necesitaría toda una vida para poder narrarte cada uno de ellos:

Era lunes y nos encontrábamos en casa dando de cenar al pequeño Francisco cuando sonó el timbre de la puerta. Al abrirla apareciste tú con aquella carita de recién salida del cascarón y más bella que nunca. Aquel beso que me diste de bienvenida y el segundo en el que tus ojos se clavaron en los míos fueron suficientes para que mi corazón latiera  con toda su fuerza y no dejará de parar hasta el momento actual. Te dije que tu hermana Carmen se encontraba en el salón dando la cena al niño y echaste a  andar pasillo adelante mientras tus formas eran mecidas por el inexistente viento. Entonces fue cuando vi que los marcos de las paredes giraban de su sitio para mirarte y descubrí que la cortina de terciopelo rojo quería arrancarse de la barra en la que se encontraban sujetas, para abrazarte con su suave tejido,  los candelabros de la consola se encendieron y una gran luz arrasó toda la casa. Así ha sido siempre tú: una gran luz para mi pobre corazón que te conoció demasiado tarde. Entraste  en el salón y te acercasteis para besar a mi mujer y esperaste pacientemente a que el bebé terminase con su cena para cogerlo en brazos y allí, entre tu regazo, mi hijo me acercó hacia una tormenta de envidia. Te reías y le hacías cosquillas  en la nariz y sus primeras carcajadas salieron de entre tus brazos.

Yo estaba allí, a vuestro lado, y le traspasaba mis sentimientos, y le decía que por favor no se perdiera ni un solo soplo de tu respiración, y le empujaba a que se revolviera dentro de tus senos, y le pedía por favor que reservara el olor de tu cuerpo para regalármelo más tarde. Desde el otro rincón de la sala le miraba fijamente a los pies para que mis ojos le hicieran  cosquillas y dejarle a él disfrutar de ti hasta que rompió con aquellas hermosas carcajadas que nos  arrastraron a todos hasta el llanto.

Te quedaste a cenar en casa y mientras tu hermana jugaba un rato con el niño, tú te colaste en la cocina para improvisar algo de cena. Carmen te había dicho que en la nevera había queso, un choricillo que le habían traído de Salamanca, huevos y patatas. Y allí me presenté a tu lado para hacer de pinche.

Los dos respiramos el mismo aire y de nuestras manos, moviéndose alrededor de aquellos cuchillos afilados, salió un baile que hacía que aquella cocina me perteneciera de diferente manera, y el olor del aceite al calentarse se colaba por mi nariz hasta llegar al corazón, y el trocito de pan que  echaste  para quitar el exceso de acidez y que me comí con una pizca de azúcar, cuando lo sacaste de la sartén, se convirtió en el mejor dulce de mi vida. Y los huevos al freírse daban brincos de alegría por vernos a los dos juntos, tan cerca el uno del otro.

Yo dudaba de tus sentimientos y en un momento determinado, cuando vi que te habías cortado un dedo, agarré fuertemente aquella mano y con mis ojos atravesé tu mirada y llegue a tu corazón y allí… ¿cómo podría explicarte lo que vi? Me encontré metido en él y el camino estaba abierto y tropecé torpemente con tus arterias y tus venas y encontré el lugar maravilloso que me reservaste y me quedé metido entre tus senos y sólo dejé salir aquella otra parte de mí que necesitaba para poder atender a mi pequeño hijo Francisco y a tu hermana Carmen.

Aquella noche, después de la cena, Carmen no dejó que te marcharas a casa y te hizo la pequeña cama que se encontraba en la habitación de tu sobrino y pasaste la noche a nuestro lado.

Serían las cinco de la madrugada cuando Francisco se despertó. Yo aún estaba saboreando tus manos y tu corazón y me levanté inmediatamente para llevar agua al niño. Entré  en la habitación en la que te encontrabas y le di de beber a mi hijo y me quedé sentado a los pies de su cama hasta que concilió el sueño.

Te miraba de reojo y sabía que no te encontrabas dormida, prudentemente  te diste la vuelta hacia la pared y cuando por fin el niño se durmió me levanté de su cama y me acerqué a la tuya para arroparte y darte un beso de buenas noches que se quedó pegado a mis labios. Aquella piel con sabor a rocio me congeló el corazón y los dedos que rozaron tu cuerpo al arroparte se convirtieron en fuego. Me arranqué con dolor de aquel lugar y regresé a la cama, que compartía con tu hermana, un poco aturdido y desorientado. Han sido tantos los momentos en los que me sentí cerca de ti que sería imposible narrarlos. Pero hoy quiero hacerte llegar estas letras para que al conocer mis sentimientos, y si los tuyos se acercan a los míos, sepas que el dolor de esta separación es compartido por los dos.

No soy creyente pero me sentiría incapaz de engañar a tu hermana.

Ojalá y lo que aquella noche, entre tus dedos y tus ojos, sintió mi corazón fuera pura fantasía. Fervientemente necesitaría que este amor no fuera correspondido. Me gustaría poder evitarte un dolor que probablemente se parecería al mío por tu ausencia, pero no me perdonaría nunca, si tus sentimientos fueran los que vi a través de tu corazón,  que pensaras que estás sola..

Muchas noches mi memoria te trae a mi, en ese silencio en el que los más minúsculos ruido se engrandecen, y entre el chirriar de la cama por los movimientos de mi insomnio, y el zumbido de un mosquito, y la respiración de tu hermana Carmem , que siempre está a  mi derecha, te cuelas tú.

Es entonces cuando despierto del sueño en el que me perteneces, y luego me odio y me aborrezco, y sin ayuda de nadie repruebo mis sentimientos y me condeno.
En momentos de lucidez, en las largas noches, te imagino enamorándote de un hombre hermoso y formando una familia y viviendo esa vida digna que un corazón como el tuyo se merece. Entonces incluso llego a perdonarme. Pero a la noche siguiente, sin yo quererlo, tu imagen vuelve a mí. Entonces el viento sopla  suavemente sobre mi rostro y a veces me dejo llevar por mis sentimientos. Viajo a lugares desconocidos, donde los colores son más vivos y donde nuestros cuerpos, arropados por una nube, se convierten en uno solo y se dejan llevar por las corrientes de aire. Y nuevamente vuelvo a odiarme.

Los días se me hacen inmensamente largos, a fuerza de desear tanto la noche que se ha convertido en mi verdadero refugio.  Me perdono para después desear condenarme de nuevo. Es difícil hablarte de todo esto. No sé cómo te podría explicar lo que siente mi corazón en las noches en las que mi cuerpo se encuentra con el cuerpo de tu hermana. No me odies por favor, sólo quiero decirte que soy hombre y que me resulta muy difícil contener mis impulsos y que hay días en los que mi necesidad física me lleva a  encontrarme con ella, que tu bien sabes me quiere tanto, y me esfuerzo por no engañarla, por no pensar en ti en esos momentos en los que mi cuerpo se encuentra dentro del suyo. Soy muy infantil y aprieto muy fuerte los dientes, como creyendo que de esta manera mis sentimientos no saldrán volando hacia tu lado, y cuando oigo que tu hermana está gozando a mi lado me siento perdonado por mí mismo.

¿Qué pensaría ella si conociera el contenido de esta carta? ¿Con qué cara podría yo volver a mirarla a los ojos? ¿Y a nuestro hijo?
Todas estas preguntas vagan sin descanso por mi cerebro errante sin encontrar respuesta. Pero aquí sigo deseando esas noches y odiándome y perdonándome igualmente.

Angela, no es necesario que hablemos de esta carta. Haré un esfuerzo sobrehumano para dejártela en el buzón de tu casa y deseo que la misma no te haga sufrir. Mi sufrimiento me pertenece a mí, sólo en el caso de que tus sentimientos se parezcan a los míos esta carta tiene sentido y ojalá y sea el sin sentido mayor que hayas leído en tu vida.

Te deseo lo mejor.

Siempre tuyo.

Francisco