Empezábamos el día desayunando juntos, después, nos marchábamos al taller a restaurar muebles y a atender a nuestros alumnos. Preparábamos juntos la comida y él sacaba algún ratito para darle unas clases a mi hija; por la tarde volvíamos a trabajar. Fueron muchas muertes en una: casi un hijo, el compañero de trabajo durante veinte años, mi mejor amigo… Cuando le decía que nuestra relación estaba por encima del bien y del mal, él me respondía: «es que yo te quiero mucho». Tu cariño, le decía yo, no es más que el reflejo de lo que yo te quiero.
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