Los dibujos parecían cobrar vida y unas formas se iban superponiendo a las otras. Al igual que con mis alebrijes y mis piezas de terracota, las figuras tenían cinco cabezas y doscientos ojos colocados en cualquier lado. Recuerdo el comentario que me hizo una amiga: «mi hermana dice que tienes que ser una mujer muy extraña a juzgar por las cosas que dibujas». Aquella frase nunca se me ha olvidado, desde aquel día he intentado ser cada día más rara porque, de verdad, me aburre mucho la gente demasiado normal.
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